viernes, 9 de julio de 2010

Gunáa nibí'na

Guira' hra'bica náa yaase
,gunáa nibí'na,
yaase', ni nánna hranashí.
Náa náca' ti guiña' nayaa',
gunáa nibí'na,
nayana', ne nanishe.
¡Ay!, gunáa nibí'na stine,
gunáa nibí'na
liinga shunca stine.


Zabe'cabe náa dxi ganashie'lii,
gunáa nibí'na,
ne nabé qui zusianda' lii.
Ti dxi zire'lu hra yu'du'
gunáa nibí'na,
ora bíya' zidi'du.



Sicarúpe bidaani' neelu,
gunáa nibí'na,
zaca'náa ti shunashi lii.
Za'cu ti cayánashie'lii,
gunáa nibí'na,
hracaládxu, jma ganashie'lii.
Pa ma bidié lii guendanabani stine,
gunáa nibí'na,
shi ma hracaládxu, hracaládxu má.
Za'cu ti cayánashie'lii,
gunáa nibí'na,
hracaládxu, jma ganashie'lii.
Pa ma bidié lii guendanabani stine,
gunáa nibí'na,
shi ma hracaládxu, hracaládxu má

jueves, 8 de julio de 2010

Danza del Venado

La Danza del Venado es una danza ritual celebrada por los indios yaquis y mayos de los estados mexicanos de Sonora y Sinaloa. Mayormente en el primero y mas arraigado. Ambos grupos se encuentran emparentados entre sí, y hablan lo que parecen ser variantes de la misma lengua cahita. Esta danza es una dramatización de la cacería del venado, héroe cultural de estos pueblos, por parte de los paskolas, agentes de las fuerzas negativas del universo.

Los personajes que intervienen en la danza son los pascolas, que van a dar muerte al venado, y el venado mismo. Tanto unos como el otro llevan un atavío ritual. Los pascolas cubren sus caras con máscaras de madera, decoradas con barbas de ixtle y pintura de color blanco sobre fondo negro generalmente. Llevan los aperos propios de la caza: arcos y flechas, además de sus sonajas y cascabeles. El venado, por su parte, va desnudo del torso, descalzo y lleva los puños cubiertos por pañuelos. A veces se cubre la mitad inferior de la cara con un paliacate, y, puesto que su tocado le cubre la frente, sólo lleva los ojos al descubierto.

El tocado del venado es la cabeza de este animal, disecada y sujetada a la cabeza del intérprete.


Los pascolas, cuando aparecen en escena, simulan con su danza buscar la presa de su cacería. Cuando advierten que el venado está por entrar, se esconden de él (es decir, abandonan el escenario, pero acechan entre los espectadores). Al compás del tambor de agua y los raspadores, el ejecutante del maso imita los movimientos del venado cola blanca característico de la región: se inclina a buscar agua en el río, otea los alrededores para asegurarse que no hay peligro y así por el estilo.


Finalmente, entran los pascolame agitando sus sonajas y persiguen y dan muerte a flechazos al venado.

viernes, 2 de julio de 2010

Historia y Leyenda de la China Poblana

La legendaria "china poblana" fue un personaje histórico que vivió en la época colonial y cuya vida se pierde entre la realidad y la fantasía de una época en donde los milagros y las visiones estaban a la orden del día.

La historia de la "china poblana" comienza cuando hacia 1621, el virrey marqués de Gélves expresó su deseo de tener a su servicio una joven chinita que fuese tan exótica en palacio como un papagayo en su jardín. Un mercader que trajinaba entre Acapulco y Manila, enterado de este capricho trajo en la Nao de China a una niña hindú de unos doce o catorce años. Sin embargo el mercader no entregó la joven al virrey sino que la vendió como esclava al rico capitán Miguel de Sosa, que vivía en Puebla de los Ángeles casado con Margarita de Chávez, y quien pagó diez veces más de lo que pagaría el marqués de Gélves. Gracias a la pareja Sosa llegó a conocerse el pasado de la muchacha
La "chinita" se llamaba Mirra y había nacido princesa en las remotas tierras del Gran Mogol o Mogor, o sea la India. Así que aunque todos le decían "china" cariñosamente, porque así se usaba entonces decirle a la servidumbre femenina y joven, Mirra no era china sino indostana o india. En su tierra natal, cuando Mirra tenía diez años de edad, sus padres tuvieron que abandonar su ciudad y se fueron a vivir a un puerto cerca de los portugueses. Un día arribaron los piratas y la niña fue raptada y despojada de sus ricos vestidos y joyas y encerrada en una bodega. Así, de princesa pasó a ser esclava.


Al llegar a Cochín, un estado al sur de la India, evangelizado por Francisco Javier, Mirra logró escapar y refugiarse en un misión de padres jesuitas que la cristianizaron y bautizaron con el nombre de Catarina de San Juan. Años más tarde, regresaron los piratas al subcontinente indostánico y, al reconocerla, volvieron a capturarla y la vendieron en Manila como esclava donde la entregaron al mercader que la llevó a la Nueva España.


El matrimonio poblano no tenía hijos y compraron a la chinita para adoptarla como hija, aunque siguió siendo esclava. Así, quedó en casa de los Sosa entre ahijada y sierva. Mirra (o Catarina) era bellísima, aprendió con sus padres adoptivos a hablar el español, a cocinar y a hacer primorosas labores de aguja, pero se negó a aprender a leer y a escribir. Catarina se hizo muy popular por su belleza y manera muy peculiar de vestir, a la usanza hindú. Cuando salía a la calle siempre llevaba un manto que le cubría la cabeza y parte de la cara y doblándolo de mil formas distintas, como el sari de las mujeres en la India. Desde esta época, Catarina gozó de la piadosa estimación de buena parte de la sociedad poblana y contó con el apoyo de la prestigiada Compañía de Jesús así como con la de otros clérigos.


Don Miguel Sosa murió en diciembre de 1624 y en su testamento dio la libertad a Catarina quien se quedó, propiamente, en la calle. La recogió el clérigo Pedro Suárez y vivió en la pobreza haciendo vida ascética y siempre vestida con su indumentaria de saya, manto y toca. Desde ese momento, comenzó a revelarse una nueva faceta de la "china" Catarina, empezó a tener visiones místicas. Decía que jugaba al escondite con el niño Jesús, que veía a ángeles y a la Vírgen, que una escultura de Jesús Nazareno le hablaba largamente y que los demonios la acosaban. Si al principio la consideraban loca, con el tiempo fue respetada y hasta llegó a ser venerada. Cientos, miles de personas veían en Catarina a una profetisa y entre esos miles se contaban desde el obispo de Puebla hasta los sacristanes de la Compañía de Jesús, pasando por todos los jesuitas de la época.
 
Catrina vivió 82 años y murió el 5 de enero de 1688. La muchedumbre que fue a su velorio la besaban y arrancaba pedazos de su mortaja para conservarlos como reliquia. Tal fue la veneración que inspiró Catarina, que desde 1691 el tribunal de la Santa Inquisición tuvo que prohibir la reprducción de sus retratos para que no se le adorara como santa. El sepulcro de Catarina de San Juan se conserva en la sacristía de la iglesia de la Compañía de Jesús en Puebla bajo una lápida de azulejos.

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